Mención especial San Lucas 2002.
“En su mente se confunde el pasado con el presente, cada vez con más frecuencia. Para ella soy su hermana pequeña, esa que se parecía tanto a la de la foto, muerta varios años atrás, y me cuenta historias de cuando ella era joven, pero lo cuenta en presente, como si las estuviese viviendo ahora. Ya no soy su nieta, soy su hermana. Me dice que acaba de ver a un hombre muy guapo, que le parecía muy simpático, probablemente estuviese hablando de mi padre, su hijo. Yo le cojo de la mano, y la llamo como lo hacía su hermana, la peino y la beso. De nuevo me cuenta una historia que me repite casi todos los días: el día que conoció a su marido, mi abuelo. Lo vuelve a contar una y otra vez y, por un momento, quizás tan sólo por una milésima de segundo, aparece en sus ojos esa mirada, con ese brillo de antaño, de ilusión y felicidad, y es entonces cuando más la quiero, y cuando la abrazo, y aprovecho que no puede verme la cara para derramar unas lágrimas de cariño, amor y quizás también de impotencia, por no poder parar lo que sucede en su mente.“
2002 Estaba en mi segundo año de facultad y por desgracia mi declive de esta primera etapa como escritora. Suelo decir que la Filología mató mi amor a escribir (que es una paradoja, en sí, ya que filología significa amor hacia las palabras) pero la forma en la que en la Complutense daban las asignaturas la mayoría de los profesores hacía que tuvieses de todo menos ganas de crear. Al menos en mi caso.
Este fue unos de los últimos textos que presenté a concurso por esa época. La protagonista es una nieta, que habla de su abuela con Alzheimer, y cómo pasa las tardes con ella intentando darle su tiempo, cariño y compañía, aunque eso signifique hacerse pasar por su hermana pequeña.
Un texto agridulce, que mereció una mención especial San Lucas de VIllanueva del Pardillo y la llorera de algún familiar que otro.
